http://www.sinembargo.mx/opinion/21-02-2015/32048
Reproducido del muro de Daysi Zamora 
¿Y de coger ni hablamos?

Alberto Alcocer / @beco / b3co.com
50 sombras de Grey es una película mala, sí: aburrida, un chick flick
 típico, nada sorprendente, predecible, más bien sosa y mediocre como 
miles de películas mediocres ha habido a lo largo de la historia del 
Cine. Basada en una novela igual de mala en cuanto a valor literario.
Pero el hecho es que convoca a millones 
de mujeres y, en lugar de aguzar el olfato para comprender el evento 
como un síntoma y tratar de dilucidar qué querría decirnos que, en pleno
 2015, las mujeres respondan en masa ante la posibilidad de leer escenas
 sexuales o de verlas en la pantalla; nos clavamos en descalificar la 
película metiendo con calzador criterios de género para su análisis.
Y a riesgo de que me den duro y tupido 
(¡oh, sí! denme pero con arte), estoy convencida de que nos equivocamos 
tratando de mirar el fenómeno desde ahí.
No hemos entendido nada de la verdadera 
libertad por más que vociferemos sobre nuestra visión incluyente del 
mundo. Y lo sostengo porque esa pasarela de interpretaciones obsesivas 
sobre cómo deberíamos ser, cómo deberíamos comer, cómo deberíamos 
hablar, cómo deberíamos expresar un correcto sentido del humor, cómo 
deberíamos enamorarnos, cómo se debería asumir correctamente la 
masculinidad, cómo debería comportarse una mujer empoderada y hasta cómo
 deberíamos estimular nuestro erotismo o – para decirlo sin filtros-, 
cómo deberíamos calentarnos para procurar una buena cogida es una 
enfermedad colectiva que encuentro verdaderamente alarmante.
El asunto es que entre una y otra 
causa sesgada ese intento de inclusión termina siendo terriblemente 
excluyente, dictatorial y persecutorio contra todo el que no piense que 
la minoría que defiendo es tan importante como la minoría que defiende 
él.
¿Es que no lo vemos?
Los fenómenos virales que ocurren en 
nuestro imperio digital son interesantísimos eventos que, si tuviéramos 
menos prisa por salir a descalificarlos demostrando nuestra brillantez 
posmoderna y más apertura para mirarlos tranquilamente a profundidad; 
nos revelarían con tremenda riqueza qué está pasando con nosotros como 
especie. Pero no, una y otra vez se impone el ruido multitudinario, el 
juicio moral disfrazado de conceptos políticamente correctos, la 
voracidad por lo inmediato y la vomitiva pulsión por corregirle la plana
 a todo el que no piense como nosotros.
Cuando deberíamos aprovechar este o 
cualquier otro bendito pretexto para hablar de sexo, de erotismo, de 
libertad para cultivar nuestro personalísimo placer, en resumen: de 
ganas de coger.
Ahora me explico.
La ansiedad se alimenta de la 
restricción, así funcionan los resortes de la psique: pónganse a dieta y
 verán cómo, desde el minuto que le den la orden a su cerebro para 
catalogar alimentos prohibidos, empiezan a desearlos con una 
desesperación inaudita; decidan dejar de fumar y verán cómo, apenas 
pensarlo, el cuerpo les pide fumar tres cigarros en lugar de uno… así es
 la cosa.
Es decir que hay una relación 
directamente proporcional entre la ansiedad con la que deseamos algo y 
la rigidez con la que se restringe y el grado en el que resentimos la 
ausencia de ese satisfactor en nuestras vidas.
Y, para que lo que voy a decir no suene a verdad de Perogrullo, les comparto algunos datos que se publicaron hace unos días en El País a propósito de las búsquedas sobre sexo en Google:
Las búsquedas de “matrimonio sin sexo”
 superan en tres veces y media a las de “matrimonio infeliz”, y en ocho 
veces a las de “matrimonio sin amor”. Hay 16 veces más quejas de que el 
cónyuge no desea practicar sexo que de que la pareja no está dispuesta a
 hablar.
Pues sí, las salas de cine abarrotadas 
por mujeres casadas y jovencitas deseosas de ver encuentros carnales 
“novedosos” permite, fácilmente, inferir dos cosas: que la actividad 
sexual en sus vidas es poca o nula y que sus prácticas probablemente 
sean monótonas, aburridas; nada para alegrarse pero tampoco nada para 
sorprenderse.
Lo que sí sorprende es que, con tanto 
alarde de liberación femenina, y con tanto alarde de no discriminación 
hacia las preferencias sexuales; haya tal cantidad de voces 
intelectuales descalificando que a un grupo de mujeres les caliente ese 
tipo de contenido que ha sido llamado “mommy porn” o pornografía para 
mamás. Como broma está bien, para divertirnos con el asunto da para 
mucho y unas buenas carcajadas siempre serán bienvenidas.
Pero es que hay quienes se han tomado la 
cruzada muy en serio. Yo nada más digo, cuidado: hay una sospechosa 
similitud entre la reacción descalificadora actual porque no se habla de
 sexo como “debería” y la reacción ultraconservadora de quienes, un 
siglo atrás, prohibían categóricamente hablar de sexo.
Por fin, ¿defendemos o no el derecho a
 la libertad carnal, al puro ejercicio del placer, a la desvergüenza 
para poder decir: soy mujer, me gustan tales o cuales prácticas sexuales
 y lo que me excita es esto?
Tener como recurso de estimulación erótica el libro vaquero, a Baudelaire, al Marqués de Sade o las 50 sombras de Grey
 debería ser terreno de libertad inalienable e irreductible. Y no veo 
por qué, si el orgasmo es de quien lo trabaja, el método para llegar a 
él no sea también elección y trabajo individual de cada quien.
Y reitero que estoy hablando del libre 
albedrío ejercido sobre lo más sagrado y acaso lo único realmente propio
 que tenemos que es el cuerpo.
Tampoco me interesa repasar la 
calidad cinematográfica o literaria porque me parece un despropósito y 
una pérdida de tiempo pues repito que la novela y la película son 
mediocres y no hay mucho más que decir al respecto. Claro que coincido 
con quienes intentan promover otros títulos eróticos que yo misma he 
tenido entre mis manos y me han hecho suspender el aliento y sentir ese 
golpecito agudo en la entrepierna al leerlos; por nombrar algunos diré Lolita de Vladimir Nabokov que es una gloria y en su momento fue tan injustamente rechazada y censurada, Las edades de Lulú de Almudena Grandes, El Amante de Marguerite Duras o, para reivindicar textos nacionales y contemporáneos, cito tres que se pueden conseguir fácilmente: Brama de David Miklos, Los abismos de la piel de Lourdes Meraz y Demasiado Amor de Sara Sefchovich.
Pero vuelvo al punto: que existan 
campañas digitales contra el pezón en redes sociales y que se tenga que 
camuflar en las imágenes donde aparecen unas tetas para evitar la 
perturbación de las buenas conciencias o que el ideal del cuerpo 
femenino siga imponiéndose como prototipo único en los medios de 
comunicación, son hechos que algún parecido guardan con las represalias 
ideológicas de quienes piensan que hay reglas para el erotismo y se 
empeñan en imponer un “deber ser” para la correcta expresión de la 
sexualidad.
Piénsenlo dos veces y verán cómo todo 
apunta a una misma pulsión punitiva y prejuiciosa. Es como si nuestras 
cansinas ideologías de civilización neurótica fueran los nuevos 
cinturones de castidad que impiden disfrutar del cuerpo según el antojo 
de cada individuo.
La famosa frase de John Lennon, esa que 
dice que vivimos en un mundo donde nos escondemos para hacer el amor 
mientras la violencia se practica a plena luz del día, me hace 
reflexionar en por qué no nos escandalizamos con la cantidad de 
películas de violencia hollywoodense cuyo leitmotive es la sangre
 y en las que lo mismo vemos volar en pedazos autos y edificios que 
cuerpos humanos; lo común es que ante eso nadie se alarme pues nos hemos
 normalizado con semejante contenido, pero aparece una película con 
pretensiones eróticas y todo el mundo levanta el dedo para señalar algo.
 Por ello insisto en que hay que pensarlo mejor, en que hay que 
pensarnos mejor.
Así que más allá del irritante 
fenómeno comercial, del contenido poco profundo y de la lluvia de 
lugares comunes que esta historia cuenta; aceptemos que algo bueno ha 
salido de ella y es que deja claro un mensaje: las mujeres buscamos, 
abiertamente y cada vez con menos riesgo de ser llamadas putas, 
contenido sexual y erótico en nuestras preferencias de entretenimiento.
La película rompió récord en 11 países el fin de semana de su estreno y recaudó más de 240 millones de dólares.
¿Que las mujeres no pensamos en sexo? Tabú derribado, y de qué manera.
@AlmaDeliaMC
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