El Papa tiene buena voluntad....
Ivone Gebara: “El Papa tiene buena voluntad, pero no puede revolucionar el papel de la mujer en la Iglesia”
Voces. Paulo Emanuel Lopes. [Adital] El
 movimiento feminista teológico en el mundo viene ganando espacio a 
partir de los vientos reformistas impulsados con las reformas del papado
 de Francisco. Para Ivone Gebara, teóloga, estudiosa y referencia 
nacional en Teología Feminista, no debemos, sin embargo, esperar cambios
 en la estructura masculina de la Iglesia Católica. “El Papa Francisco 
tiene buena voluntad (…) pero, viviendo dentro de una tradición sagrada 
masculina, no tiene condiciones para dar pasos revolucionarios para 
promover de hecho la innovación necesaria al mundo de hoy”.
Ivone aclara, inclusive, que es erróneo hablar de 
‘una mayor participación de la mujer en la Iglesia’, como si las mujeres
 no estuvieran entre aquellos que la construyen diariamente. “No se 
trata, por lo tanto, de una reinserción de las mujeres en la Iglesia, 
como si las mujeres tuvieran que insertarse en un lugar que no es el 
suyo. Da hasta la impresión de que la Iglesia es una realidad fuera de 
nosotros”.
Más allá de la discusión sobre feminicidio
 y otras formas de violencia contra la mujer en Brasil, la estudiosa 
muestra que el análisis no debe ser superficial sino llegar a la raíz de
 la cuestión. “[Los estados y las religiones] no perciben que la 
reproducción de la violencia contra las mujeres está todavía muy 
presente en los procesos educativos. (…) Lo que nosotras, pensadoras 
feministas, hacemos es alertar a las personas para que no se establezcan
 modelos teóricos e idealistas y mostrarlos como metas absolutas a ser 
alcanzadas. Eso no funciona”.
En relación con el Día Internacional de la Mujer de 2015, celebrado el pasado domingo 8 de marzo,
 según la teóloga, a pesar del aparente retroceso observado en el mundo 
en esos últimos años, es preciso reconocer las conquistas y los avances 
del movimiento feminista. “[Este 8 de marzo de 2015] tenemos que 
celebrar los enfrentamientos políticos de muchas mujeres que no dudan en
 levantar sus voces contra la violencia de la ‘cultura política’ 
vigente. Tenemos que celebrar las innumerables redes feministas que 
continúan su labor de denunciar los abusos de los poderosos y la 
manipulación de nuestros cuerpos. Tenemos que celebrar a las mujeres que
 frecuentan las iglesias y que son capaces de decir al sacerdote o al 
pastor ‘no estoy de acuerdo con usted’”.
Vea la entrevista que la teóloga Ivone Gebara concedió en exclusividad a Adital.
Adital: Observamos 
pronunciamientos del Papa Francisco en apoyo a una mayor participación 
de la mujer en la vida sacerdotal, aunque sepamos que en muchos casos su
 voluntad choca con el conservadurismo de la Curia Romana. ¿Podemos 
esperar algún cambio concreto en ese sentido para su papado?
Ivone Gebara:
 Creo que antes de hablar de los pronunciamientos del Papa Francisco 
sobre las mujeres, es preciso recordar tres puntos para que tengamos un 
poco más de claridad sobre la situación actual de la Iglesia Católica 
Romana. El primero de ellos tiene el objetivo de recordar que la función
 de las leyes eclesiásticas y de los dogmas es también ejercer una 
cierta contención en la vida de los fieles. Se determina qué debe ser 
objeto de creencia para evitar la multiplicidad de interpretaciones y 
conflictos, que fragmentaron y fragmentan la comunidad de fieles. Sin 
embargo, no se puede olvidar que las leyes, dogmas e interpretaciones 
nacen en contextos históricos determinados. Éstos son mutables y nunca 
deberían ser establecidos como normas absolutas o como voluntad divina, 
como ha ocurrido. Surge de ahí el segundo punto, que se refiere al hecho
 de que se legitiman esas nuevas leyes y creencias como voluntad de Dios
 o de Jesucristo. Esas voluntades, según muchos, son inmutables. Se 
establece así un argumento de autoridad pronunciado o promulgado por el 
magisterio de la Iglesia. Y el último punto que puede observarse 
claramente es que ese magisterio es masculino y, en general, anciano y 
celibatario. Las mujeres no participan directamente de él como si por 
orden divina debieran ser excluidas. Esta estructura e interpretación 
patriarcal, considerada sagrada, dificulta los cambios más 
significativos en la actual cultura eclesiástica transmitida al pueblo. A
 partir de ahí, se puede situar la cuestión en relación con las mujeres.
El Papa Francisco tiene buena 
voluntad, procura entender algunas reivindicaciones de las mujeres, 
pero, viviendo dentro de una tradición sagrada masculina, no tiene 
condiciones para dar pasos revolucionarios para promover de hecho la 
innovación necesaria para el mundo de hoy. Él es fruto de su tiempo, de 
su formación clerical y de los límites que la engloban. Me atrevo a 
decir que es la comunidad cristiana y, en este caso, la católica romana,
 esparcida por tantos lugares, la que debería ir exigiendo de sus 
líderes cambios de comportamiento a partir de sus vivencias. Comenzar 
por abajo, aunque los de arriba también pueden ayudar, en la medida en 
que sean más sensibles y receptivos a las señales de cada tiempo y de 
cada espacio, es un camino para ajustarnos a las necesidades actuales de
 las mujeres y de los hombres de nuestro tiempo.
Adital: En su nuevo libro 
“Evangelio e Institución”, el monje Marcelo Barros afirma que la Iglesia
 Católica debería retornar a sus orígenes (primeros siglos), cuando las 
mujeres ejercían un papel más activo en la Iglesia. En su opinión, ¿como
 debería ser esa reinserción?
IG:
 Pienso que la idea de “retorno”, en este caso, retorno a los orígenes 
cristianos, debe ser revisada, pues muchas veces podemos caer en 
anacronismos, incluso involuntarios. La referencia a los orígenes es una
 especie de nostalgia de algo bueno que se gustaría tener. Es una 
esperanza en forma de discurso sobre los orígenes. En general, pensamos 
que el antes, el pasado, los orígenes, son siempre más coherentes y 
verdaderos. La vuelta al útero materno, por ejemplo, es una aspiración 
de pretendida paz del deseo humano, como si ‘en aquel tiempo’ todo 
hubiera estado bien. En realidad, en los orígenes, podemos encontrar 
muchas cosas, inclusive aberraciones e inadecuaciones para nuestro 
tiempo. Cada tiempo es un tiempo y tiene sus grandezas y sus miserias. 
El tiempo “que se llama hoy” es nuestro tiempo real y en él debemos 
buscar nuevas formas de convivencia, teniendo conciencia de que éste es,
 como otros, un tiempo limitado. No se trata, por lo tanto, de una 
reinserción de las mujeres en la Iglesia,
 como si las mujeres tuvieran que insertarse en un lugar que no es el 
suyo. Además, el lenguaje eclesiástico y el lenguaje de muchos de 
nosotros evidencia la dificultad de reconocer a la Iglesia como una 
comunidad de hermanas y hermanos que viven una diversidad de 
situaciones. A veces tengo la impresión de que el término Iglesia 
significa para muchos, prioritariamente, la jerarquía, las funciones de 
poder y la autoridad.
Es preciso afirmar que lo que está
 ocurriendo hoy tiene que ver con un movimiento cultural y social 
mundial, que viene mostrando un protagonismo y un papel femenino diferente
 de aquel que conocíamos hasta pocos años atrás. Ser sólo madre o hija o
 esposa u ocuparse de las cosas domésticas ya no corresponde a la 
realidad actual de las mujeres. Las identidades femeninas
 están pasando por una mutación muy grande. Otro aspecto importante es 
el de percibir los límites de la pregunta sobre en qué Iglesia nosotras 
mujeres queremos insertarnos o reinsertarnos. Da hasta la impresión de 
que la Iglesia es una realidad fuera de nosotros. Por eso, muchos 
afirman que “nosotros somos Iglesia” y quieren vivir en la práctica esta
 afirmación. ¿Sería sólo retórica? En mi opinión, sí y no. Sí, en la 
medida en que el discurso de muchos no corresponde a los comportamientos
 que se viven cotidianamente de las relaciones humanas. No, en la medida
 en que se percibe el compromiso de muchos en buscar caminos de mayor 
participación e igualdad en las relaciones de la comunidad eclesial. La 
cuestión de la igualdad entre los seres humanos es insoluble.
Hablar de igualdad significa 
buscar, en cada nuevo contexto y en cada nuevo momento de la historia, 
sanar el egoísmo visceral que nos lleva a preferir siempre nuestros 
intereses en detrimento de los demás. Creamos la esclavitud de todos los
 tipos, establecemos colores y etnias superiores unas a otras, sexos 
superiores a otros, orientaciones sexuales
 más normales que otras. Y quien está del lado del poder y de la 
normalidad no duda en mantener relaciones excluyentes y culpabilizar a 
“los diferentes” por muchos males del mundo. No existe una pre 
definición de igualdad. Lo que nosotras, pensadoras feministas, hacemos 
es alertar a las personas para no establecer modelos teóricos e 
idealistas y mostrarlos como metas absolutas a ser alcanzadas. Esto no 
funciona. Lo que parece que ha surtido algún efecto es colocarnos en 
estado de educación continúa, una educación que despierte en nosotros el
 valor de cada ser, sin la tentación de querer justificar a partir de 
visiones jerárquicas pre establecidas.
Adital: ¿Qué es la 
Teología Feminista? ¿Cómo esa corriente de pensamiento entiende el mundo
 actual? ¿Cuáles son los desafíos en este comienzo de siglo XXI?
IG:
 El gran esfuerzo de la mayoría de las teologías feministas ha sido el 
de denunciar el absolutismo de las interpretaciones bíblicas y 
teológicas del pasado, aún vigentes en la mayoría de las Iglesias. 
Interpretaciones absolutistas son aquellas que usan a Dios y a las 
Escrituras para justificar su ideología de mantenimiento de poderes y 
privilegios religiosos, muchas veces disfrazados con capas de santidad y
 solidaridad. Esos poderes son ejercidos en nombre de Dios y son 
controladores de los cuerpos femeninos, tanto a nivel individual como 
cultural y social. El control religioso de los cuerpos se da, en primer 
lugar, en el interior de la dimensión simbólica de la vida simbólica, o 
sea, en la estructura subjetiva, en la que valores y culpas se 
entrelazan y convierten a la persona en cautiva de un imaginario 
impuesto de afuera hacia dentro. Jugar con la voluntad de Dios para 
manipular cuerpos queriendo mantener un orden imaginario denominado 
divino es impedir el derecho al pensamiento y a la libertad.
Afirmar a Dios como masculino, 
afirmar que existe una voluntad poderosa pre-existente, justificar el 
sacerdocio masculino a partir del sexo de Jesús, valorizar el cuerpo 
masculino como el único capaz de representar el cuerpo de Dios son 
afirmaciones teológicas aún vigentes que tocan, en forma especial, los 
cuerpos femeninos. Estas afirmaciones son, muchas veces, productoras de 
violencia, de exclusión y del cultivo de relaciones de sumisión ingenua a
 la autoridad religiosa. Lamentablemente, en este comienzo de siglo, el 
espacio dado a las teologías feministas está muy restringido. Su acceso a
 los centros de formación teológica oficial en América Latina es 
bastante limitado. Por eso, está ocurriendo una migración significativa 
de los lugares de producción teológica hacia afuera de las instituciones
 oficiales, ya que las formas de control eclesiástico parecen desconocer
 los avances vividos por las mujeres a nivel nacional y mundial.
Adital: El mundo todavía
 convive con los feminicidios (muchos de los cuales terminan impunes), 
mutilaciones genitales, poca participación femenina en la política… 
¿Cuáles son los principales obstáculos para la plena dignidad femenina 
en la actualidad?
IG:
 La producción de la violencia cultural y social contra grupos 
considerados inferiores por las razones más diversas es una constante en
 las culturas humanas. La afirmación de la superioridad de unos en 
relación con los otros, las jerarquías de raza, género, cultura, de 
saberes y poderes son parte de la historia humana. Las mujeres fueron y 
son, en muchas culturas, consideradas seres subalternos, dependientes, 
objetos de la voluntad masculina, aunque actualmente los discursos 
oficiales de los Estados y de las religiones hablen de igualdad en la 
diferencia. Muchos adeptos a los discursos igualitarios son capaces de 
denunciar, por ejemplo, la mutilación genital,
 sin duda una aberración y un delito, pero no son capaces de darse 
cuenta de la producción de violencia contra los cuerpos femeninos en los
 discursos de bondad difundidos por las diferentes expresiones del 
Cristianismo. Denuncian los asesinatos de mujeres, la violencia física 
directa, los feminicidios, pero no perciben que la reproducción de 
violencia contra las mujeres está todavía muy presente en los procesos 
educacionales.
La marca jerárquica excluyente, 
presente en nuestras relaciones, sin duda necesaria para la continuidad 
de la actual forma de capitalismo, mantiene socialmente esa violencia. 
Necesita de ella y de otras para continuar fabricando nuevas formas de 
privilegio y exclusión social. Las mujeres a pesar de las muchas 
conquistas de los últimos años todavía son, en el imaginario de la 
cultura capitalista económica y social, buenos chivos o cabras 
expiatorias para ser acusadas de incompetencia en los asuntos públicos. 
Esa cultura excluyente, presente en las instituciones sociales y 
culturales es, sin duda, un obstáculo para que hombres y mujeres 
construyan nuevas relaciones y reconozcan sus diferentes dones y 
saberes.
Adital: Algunos 
movimientos feministas, para obtener espacio, utilizan como estrategia 
producir un shock en la sociedad, exponiendo el cuerpo desnudo, 
autodenominarse “putas”… ¿Cómo entiende usted esa forma de protesta? ¿Es
 válida, válida con salvedades o colabora negativamente al movimiento 
feminista?
IG:
 Hay una ingenuidad en los analistas de los movimientos sociales en la 
medida en que pretenden limitar las protestas y reivindicaciones a sus 
propias concepciones de decencia, de lo permitido y de lo prohibido. Es 
claro que nos chocamos con el quebrantamiento de los grupos en las 
manifestaciones de calle y reclamamos cuando eso entorpece nuestra vida 
cotidiana. Es claro que el diálogo sobre las reivindicaciones sería el 
mejor camino. Pero no siempre el sistema capitalista reconoce el mejor 
camino, y él mismo incita a la violencia sin control, aquella que deja 
salir lo peor de nosotros contra los demás, aquella que es capaz de 
bombardear campos de arroz y destruir obras de arte milenarias, aquella 
que me lleva a robar a mi mejor amigo y mandar a matar a aquel que 
entorpece mis planes políticos. Muchas formas radicales de protesta de 
las mujeres nos chocan porque no estamos habituados a un comportamiento 
público de las mujeres, sobre todo cuando exponen el cuerpo desnudo como
 forma de protesta.
El cuerpo desnudo de las mujeres 
continúa siendo expuesto para vender mercaderías masculinas, para 
excitar deseos, pero ese desnudo es soportable por la mayoría. Ese 
desnudo aprobado por el mercado da dinero y favorece emprendimientos 
económicos, puede ser como máximo criticado por algunos religiosos 
puristas. Sin embargo, ¿quién se preguntó por qué ese grupo de mujeres 
se autodenominó “putas”? ¿Cuál es su historia? ¿Qué reclaman con su 
irreverencia? Google puede hasta dar una respuesta breve a esas 
pertinentes preguntas. Esas formas de protesta, pienso, no afligen al 
movimiento feminista mundial, ya que éste es plural y tiene formas 
variadas de expresión.
Adital: Durante las 
últimas elecciones brasileras, algunos analistas políticos afirmaron que
 una de las razones enfrentadas por Dilma Rousseff para su reelección se
 debió al hecho de que es mujer. La afirmación suena un poco extraña, 
vista la presencia de mujeres en la Presidencia de países como 
Argentina, Chile, Alemania… En su opinión, ¿esa afirmación tiene 
sentido? Nosotros, los brasileros, ¿todavía somos un país machista?
IG: Creo que, en la mayoría de los países del mundo, inclusive las figuras femeninas tradicionales fuertes como Margaret Thatcher e Indira Gandhi
 vivieron los límites del poder impuestos por la condición femenina. De 
hecho, hay un cierto susto de tener a una mujer en el tope del poder de 
una nación. Recluidas en los límites de la vida privada para el ascenso 
público el recorrido es grande por demás. Tal vez el título de reina sea
 hasta más soportable porque está involucrado con todos los aspectos 
fantasiosos del pasado y de la actual disminución real de ese poder. En 
ese sentido, es casi espontáneo atribuirle al gobierno de una mujer 
deficiencias, flaquezas y otras cosas por el estilo.
Dilma Rousseff enfrenta, como 
otras mujeres, las dificultades de estar en el tope político de la 
nación. Sin embargo, lo que la mayoría de las personas no ve es que la 
política de un país no depende sólo de la o del presidente, sino que 
depende igualmente de las fuerzas económicas y políticas en juego, así 
como de la participación de los ciudadanos. Combinar políticas y 
prebendas, intereses corporativos y bien común, partidos de intereses 
sectarios con la administración de un país de proporciones continentales
 es un difícil juego de ajedrez. De hecho, el machismo persiste en Brasil,
 pero la falta de carácter y de visión del bien común es una enfermedad 
mucho más difundida y peligrosa. Asola a políticos y empresarios, 
contagia a la clase media y a las clases populares, se instala en las 
instituciones sociales y en las iglesias como plaga a ser combatida 
diariamente.
Adital: A fin del año 
pasado, asistimos a la infeliz declaración de un parlamentario 
brasilero, que afirmó que “no estupraría” a una colega parlamentaria 
sólo “porque así no lo quería”. ¿Cómo analiza usted este y otros casos 
parecidos?
IG: La
 falta de carácter y de visión del bien común convierte a hombres y 
mujeres en ciegos a cualquier visión humanista de respeto a todo ser 
humano en la igualdad y en la diferencia de unos en relación con otros. 
El parlamentario brasilero que usó ésa y otras expresiones durante 
sesiones de la Cámara se mantiene en el poder porque la cultura política brasilera lo permite. Él es útil al ‘vale todo’, que
 se puede ver en las acciones y discursos de los políticos. La falta de 
decoro parlamentario es moneda de intercambio de privilegios políticos y
 satisface a aquellos que buscan la justicia y la injusticia por sus 
propias manos. En esa situación, las mujeres no están exentas de esos 
pecados, aunque los cometan con menor intensidad pública. Somos todas y 
todos esa mezcla contradictoria y paradójica y es dentro de ella que podemos encontrar caminos que hagan la vida ciudadana algo más respetado.
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