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Irak, la guerra de nunca acabar de los Estados Unidos
Día 09/08/2014 - 12.20h
Obama se ve arrastrado a una operación militar que quería evitar a toda costa. Los Estados Unidos encadenan intervenciones en el país de los dos ríos desde 1991
Una vez más, los Estados Unidos vuelven a combatir en Irak.
 Después de que el Pentágono diera por completada la retirada de sus 
tropas del país de los dos ríos en diciembre de 2011, el incontenible 
avance de los fanáticos del Estado Islámico y la incapacidad del primer 
ministro Al Maliki
 de mantener el orden han obligado a Obama a emprender una nueva 
intervención militar para evitar que un país que se ha cobrado la vida 
de miles de militares norteamericanos en los últimos años salte en 
pedazos. 
Los ataques aéreos aprobados ayer por el presidente y que 
hoy han empezado a llevarse a cabo constituyen solo un nuevo episodio en
 una larga lista de aventuras militares norteamericanas en un estado 
clave por los recursos energéticos que alberga y por su papel en el 
equilibrio de una región clave para los intereses norteamericanos. 
La primera de las guerras del Golfo comenzó en 1991, cuando el presidente George Bush padre
 puso en marcha la operación Tormenta del Desierto. Sadam Hussein había 
invadido el vecino Kuwait y las tropas mandadas por los generales Norman Schwarzkopf y Colin Powell,
 apoyadas por una coalición de 34 países, tardaron apenas unas semanas 
en desarbolar al Ejército iraquí y expulsarlo del territorio kuwaití. 
Tras la victoria aliada, la ONU impuso
 un embargo sobre el régimen de Hussein, que sobrevivió como dictador 
iraquí y se convirtió entonces en la bestia negra de los 
norteamericanos. El fin de la Primera Guerra del Golfo no
 supuso que terminaran las intervenciones militares occidentales en 
suelo iraquí y en 1992 y 1993 aviones estadounidenses y británicos 
lanzaron ataques aéreos contra objetivos selectivos. 
Las bombas estadounidenses volvieron a golpear Irak en 1998. El entonces inquilino de la Casa Blanca, Bill Clinton,
 acosado a nivel doméstico por el escándalo Lewinsky, ordenó una nueva 
tanda de ataques que muchos observadores interpretaron como un intento 
de desviar la atención de sus apuros internos.
Sin alternativas para Obama
Pero la caída de aquel al que George Bush padre definió 
como el «brutal dictador de Bagdad» no llegaría hasta el año 2003, 
cuando George Bush hijo acusó a Sadam de poseer armas de destrucción 
masiva y de apoyar el terrorismo internacional. Poco después puso en 
marcha una invasión de Irak que tenía como objetivo declarado 
derrocarlo. En un mundo todavía bajo el impacto de los ataques del 11-S,
 Bush hizo oídos sordos a las masivas movilizaciones contra la guerra 
que surgieron en numerosos países del mundo y, con el apoyo de los 
Gobiernos británico y español entre otros, pero también con el rechazo 
de potencias de peso como Francia o Alemania, declaró una guerra que 
daría oficialmente por terminada en mayo de 2003. 
Pero la historia de los once años que han pasado desde 
aquello demuestra que a pesar de todas sus intervenciones, los Estados 
Unidos no han logrado el gran objetivo de estabilizar el país. Ahora, la
 barbarie del Estado Islámico y la ineptitud sectaria del Gobierno de 
Nuri al Maliki han obligado a Obama a embarcarse en una nueva operación 
militar que no quería ver ni en pintura. La alarmante evolución de los 
acontecimientos, con el EI comiéndole terreno a los kurdos, masacrando a
 las minorías religiosas del país y cada vez más cerca de Bagdad, no le 
han dejado alternativa al presidente. 

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