http://www.abc.es/internacional/20150313/abci-viernes-maldicion-templarios-201503122131.html?ns_campaign=GS_MS&ns_mchannel=abc_internacional&ns_source=FB&ns_fee=0&ns_linkname=CM_mundo
En una fecha así, 13 de octubre de 1307, el Rey de Francia inició la persecución de los templarios que terminó con su último gran maestre lanzando una amenaza profética antes de ser quemado vivo: «No tardará en venir una inmensa calamidad para aquellos que nos han condenado sin respetar la auténtica justicia». Un año después fallecieron el Monarca galo y el Papa que lo toleró
La aversión al número 13 está fuertemente arraigada en la cultura occidental. En la Última Cena había trece personas (doce apóstoles y Jesús), siendo Judas el traidor, el número 13. En el Apocalipsis, el capítulo 13 corresponde al anticristo y a la bestia. A su vez, la Cábala
–una disciplina de pensamiento esotérico relacionada con el judaísmo–
enumera a 13 espíritus malignos; al igual que las leyendas nórdicas,
donde Loki, el dios de las travesuras, aparece en ocasiones citado como el invitado número 13. Por su parte, el viernes según la tradición cristiana es el día que Jesucristo de Nazaret fue crucificado. Además, algunos estudiosos de la Biblia creen que Eva tentó a Adán con la fruta prohibida un viernes y que Abel fue asesinado por su hermano Caín
el quinto día de la semana. Cabe recordar que los siete días de la
semana –establecidos en función del tiempo en el que transcurre un ciclo
lunar– son definidos por las religiones judeo-cristianas y musulmanas
como el tiempo que tardó Dios en crear los cielos y la tierra, y todo lo
que hay en ellos.
El viernes, considerado por las razones anteriores un día
aciago por la tradición cristiana, coincide entre 1 y 3 veces por año
con el número de la mala suerte, el 13, dando lugar a la fecha más
«maldita», de la que cine y literatura han dado buena cuenta.
No en vano, el miedo por los viernes 13 tiene su epicentro histórico en
una fecha que quedó marcada por el misterio y la traición: el viernes
13 de octubre de 1307. En la madrugada de este día, el Rey francés Felipe IV inició una brutal persecución contra la Orden de los Caballeros Templarios que provocó el arresto masivo de sus miembros.
Felipe IV persuadió al Papa Clemente V
para que iniciase un proceso contra los templarios acusándolos de
sacrilegio a la cruz, herejía, sodomía y adoración a ídolos paganos a
través de la práctica de ritos heréticos. Especialmente humillante –bajo
el prisma de la época– era la acusación de practicar actos homosexuales entre los caballeros de la Orden del Temple,
que vivían a medio camino entre la austeridad de un monje y las
exigencias de un guerrero. No obstante, se trataban de falsedades sin
base alguna para ocultar las verdaderas causas de carácter económico. El
Rey de Francia –donde los templarios vertebraban la mayor parte de la influencia y el patrimonio adquiridos durante las Cruzadas–
coaligado con el papado y los dominicos ambicionaban acabar con la
poderosa y acaudalada orden militar, convertida en el principal
prestamista de la Corona francesa y de otros países europeos.
Las calumnias se convierten en acusaciones
Clemente V, pese a ser francés y antiguo arzobispo de Burdeos,
mostró inicialmente su oposición a la guerra que Felipe IV pretendía
desencadenar contra los templarios, puesto que necesitaba de su ayuda
militar para iniciar una nueva cruzada en la zona de Palestina. Sin embargo, la negativa del último gran maestre, Jacques de Molay al proyecto Rex Bellator –impulsado
por la Corona de Aragón para fusionar todas las órdenes militares bajo
un único rey soltero o viudo– predispuso al Papa en contra de la Orden.
En 1307, Jacobo de Molay,
último maestre del Temple, secundando los deseos papales de Cruzada,
llegó a Francia para reclutar tropas y abastecerse de vituallas. A su
paso por el país escuchó las calumnias propagadas contra su Orden por el
Monarca francés. Para ello se sirvió de las acusaciones de Esquieu de Floyran, un espía al que Jaime II de Aragón
había expulsado de su corte por verter falsedades contra los templarios
pero que fue recibido con los brazos abiertos por el Rey galo, deseoso
de provocar su caída a cualquier precio.
Ofendido por la campañade desprestigio contra la Orden del
Temple, Jacobo de Molay acudió ante el Papa solicitando un examen formal
para desacreditar las burdas calumnias. Accedió Clemente V a sus deseos
y así se lo comunicó al Monarca francés por carta del 24 de agosto de
1307. Pero Felipe IV, quien había intentado entrar sin éxito entre las
filas templarías cuando se quedó viudo, no estaba dispuesto a dilatar el asunto y cerró el puño sobre su presa. Aconsejado por su ministro Guillermo de Nogaret,
Felipe IV despachó correos a todos los lugares de su reino con órdenes
estrictas de que nadie los abriera hasta la noche previa a la operación:
el jueves, 12 de octubre de 1307. Los pliegos ordenaban la captura de todos los templarios y la requisa de sus bienes.
El 12 de octubre de 1307, a la salida de los funerales de la condesa de Valois,
el maestre Molay y su séquito fueron arrestados y encarcelados. Y
durante la madrugada del viernes 13, la mayoría de los templarios
franceses fueron apresados y sus bienes confiscados bajo pretexto de la Inquisición.
La resistencia militar fue mínima a causa de la avanzada edad de los
guerreros que permanecían en Francia. Los jóvenes se encontraban
preparando la inminente cruzada en la base de Chipre.
Para mitigar el escándalo, el Rey publicó un manifiesto
donde involucraba al Papa en la decisión. Cuando Clemente V se enteró de
la detención, reprendió al Monarca y envió dos cardenales, Berenguer de Frédol y Esteban de Suisy,
para reclamar las personas y bienes de los encausados. Tras pactar con
el Papa las condiciones del proceso, Felipe IV consiguió la facultad de juzgar a los miembros franceses de la Orden del Temple
y administrar la mayoría de sus bienes. No obstante, el proceso fue del
todo irregular. Sin ir más lejos, los templarios habían de ser juzgados
con respecto al Derecho canónico y no por la justicia ordinaria de Francia.
Asimismo, Guillermo de Nogaret –mano ejecutora del Rey– estuvo bajo la
excomunión formal de la Iglesia desde el principio hasta el fin de los
procesos.
Una amenaza, que resultó ser una profecía
Por medio de la tortura, la Inquisición obtuvo las declaraciones que deseaba, incluso del Gran Maestre, pero estas confesiones fueron revocadas por la mayoría de los acusados
posteriormente. Mientras el Papa tomaba una decisión definitiva sobre
la Orden y el futuro del Gran Maestre y el resto de cargos superiores,
un goteo de templarios fue pasando por la hoguera en medio de un sinfín
de irregularidades y el recelo del pueblo llano. En 1314, Jacobo de Molay, Godofredo de Charney, maestre en Normandía, Hugo de Peraud, visitador de Francia, y Godofredo de Goneville,
maestre de Aquitania, fueron condenados a cadena perpetua, gracias a la
interferencia del Papa y de importantes nobles europeos. No en vano,
encima de un patíbulo alzado delante de Notre-Dame, donde se les
comunicó la pena, los máximos representantes de la orden renegaron de
sus confesiones: «¡Nos consideramos culpables, pero no de los delitos
que se nos imputan, sino de nuestra cobardía al haber cometido la infamia de traicionar al Temple por salvar nuestras miserables vidas!». El desafío de los líderes templarios, rompiendo lo pactado, les condenó a muerte.
Aquel mismo día, se alzó una enorme pira en un islote del Sena, denominado Isla de los Judíos,
donde los cuatro dirigentes fueron llevados a la hoguera. Según se
cuenta entre el mito y la realidad, antes de ser consumido por las
llamas, Jacobo de Molay
se dirigió a los hombres que habían perpetrado la caída de los
templarios: «Dios conoce que se nos ha traído al umbral de la muerte con
gran injusticia. No tardará en venir una inmensa calamidad para
aquellos que nos han condenado sin respetar la auténtica justicia. Dios
se encargará de tomar represalias por nuestra muerte. Yo pereceré con esta seguridad». Fuera real la frase o un adorno literario añadido posteriormente por los cronistas, la verdad es que antes de un año fallecieron tanto Felipe IV como Clemente V.
En el resto de Europa, la persecución templaria no fue tan violenta y sus miembros fueron absueltos en la mayor parte de los casos. Sus bienes, no en vano, fueron repartidos entre la nobleza o integrados en otras órdenes militares como la de los Hospitalarios.
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