Esta es la hora en que te necesito. Ya estoy
despierto y mi amigo del piso de abajo está inquieto. Estas dormida y te busco.
Me aprieto contra ti y despiertas. Amodorrada…te dejas querer. Suave te recorro
y busco tu vórtice. Caliente, apenas húmedo. Lo acaricio delicadamente. Busco
tus muslos, el hueco de tus rodillas. Mi amigo ya esta erguido, husmeando. Me subo en ti y desesperado busco tu boca, tus
cumbres. Un símbolo de la vida antes de esta, curiosamente puesto casi en la
mitad de tu cuerpo me llama, atento, solo…acudo. Voy a mi casa. Mi nombre ahora
es Orígenes. Vuelvo a la fase oral y las palabras prohibidas cobran vida. Me
encuentro cara a cara con el único
órgano humano cuyo propósito es dar placer. Nos vemos a los ojos, el dialogo de
las mucosas es cordial, fluido, la
conversación amena. La biología también es el arte de la esgrima. Tú te
retuerces. Gimes. Disfrutas. Con un ojo de agua en mis labios sacio mi sed. Tu
mano busca a mi amigo. Lo guía, lo invita. Yo voy detrás de él. No sé de mí.
Solo soy un macho buscando a su hembra. Aquí no hay títulos ni roles, solo
instinto. Tiemblo. Tú, alebrestada, te
abalanzas encima de mí. Desbocada…nada te detiene. Te restriegas. Hábil, buscas y…encuentras. Friccionas,
empujas. Casi gritas. Una cubierta de sudor fino te cubre. No me avisas, solo
explotas. Voy detrás de ti. La memoria de mi amigo dibuja un 72 y un escalofrió
recorre su piel tensa y tersa. La escala
de Richter se dispara en una carrera excéntrica y corta: 4.5, 6.3, 7.2…caen los
prejuicios, se escuchan los gritos. Yo me uno al coro de voces, como un bramido pronuncio tu nombre y me fundo
contigo. Estoy loco de deseo. Después la calma. Vuelvo de la inconsciencia. Tú
ya estas serena. Me hundo en tus brazos. Soy uno en tu piel. Después, te busco
de nuevo...
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