Las personas que estén tomando los
medicamentos BAYCOL, VYTORIN, LIPITOR, ZOCOR, CRESTOR, MEVACOR,
PRAVACHOLY LESCOL, sería recomendable que leyeran el excelente
artículo publicado en la Revista Discovery DSalud , sobre como asustar al
personal con una enfermedad, quizás inexistente, denominada colesterol alto en
sangre y lograr uno de los más grandes y sucios negocios de la
historia, con medicamentos que está demostrado que perjudican hígado y
otros órganos de nuestro organismo .
Si están entre este grupo de “riesgo”
les invito a leer hasta el final este artículo, que aunque un poco largo, les
mostrará como las gastan las Grandes Industrias Farmacéuticas.
Un consejo: Si están agobiados por el
dichoso colesterol hagan uso y abuso de una fruta mágica, la naranja, ¡¡¡ están
ya aquí!!! Este medicamento seguro que no mata.
El
exceso de colesterol “malo” ha pasado en apenas unas décadas de “factor de
riesgo” cardiovascular a poco menos que una enfermedad en sí misma que debe ser
tratada casi de forma crónica con fármacos para reducir o controlar su nivel en
sangre. Pero, ¿qué hay de cierto? ¿Es eso así o se trata de otra estrategia de
las multinacionales farmacéuticas para vender masivamente productos inútiles?
¿Se justifica la actual ingesta masiva de estatinas -cuyos efectos secundarios
a largo plazo están aún por ver- o se trata de medicamentos que no previenen la
arterioesclerosis y no han servido para salvar jamás una sola vida? Pasemos a
valorarlo. La lucha contra el colesterol se ha convertido en uno de los grandes
retos de la “medicina moderna”.
Y
es que de ser presentado como un simple factor que puede contribuir a la
aparición de accidentes cardiovasculares -junto a otros como la vida
sedentaria, una inadecuada nutrición, el exceso de estrés, emocional o físico,
o un consumo abusivo de alcohol y tabaco, entre otros- ha pasado a ser
considerado una enfermedad en sí misma.
Actualmente
muchas personas viven obsesionadas por el colesterol, con la angustia de que un
día algún médico la mire y sentencie con voz solemne: “¡Tiene usted el
colesterol alto!”. Y de ahí a convencernos de que estamos al borde del infarto
sólo hay un paso.
Claro
que en el fondo no hay de qué preocuparse ya que pocos instantes después el
médico nos recetará el fármaco de turno y podremos irnos más tranquilos a casa.
No importa la edad, que uno carezca de antecedentes cardiovasculares en la
familia o que no haya sufrido ningún episodio anterior. Lo mejor es prevenir
-eso nos dicen- y para eso nada como las “medicinas contra el colesterol”, es
decir, las estatinas.
De hecho son el medicamento de moda.
Tanto que una de ellas, comercializada como Lipitor, es el fármaco más vendido
anualmente en Estados Unidos. Tanto que la venta de las diversas estatinas
asciende a más de 26.000.000.000 de dólares anuales. Y tanto que, de empezar
siendo un medicamento para las afecciones cardiovasculares hay quien habla
ya de su uso contra la demencia vascular, el Alzheimer, el Sida, la diabetes y
el cáncer.
Con
lo que las farmacéuticas proponen ya descaradamente su venta sin receta. Es
más, hay quien ha propuesto hasta ¡”enriquecer” con ellas el agua de algunas
ciudades estadounidenses! Así están las cosas.
Se
ha hecho creer a la población -e incluso a gran parte de los médicos- que el
exceso del llamado colesterol malo es causa de muchas enfermedades pero que,
gracias a Dios y a la Ciencia, unos fármacos milagrosos son la solución: las
estatinas.
La
publicidad bombardea machaconamente esa idea, los médicos la refuerzan y los
grandes medios de comunicación -que ganan grandes sumas de dinero con sus
anuncios- la apoyan sin plantearse siquiera qué hay de verdad en ello.
En
suma, quieren hacernos creer -a pacientes y a médicos- que todo el mundo está
de acuerdo en tres verdades presentadas como absolutas y que son las que
sostienen un negocio fabuloso:
1)
Que la principal causa de los problemas cardiovasculares es el exceso en sangre
de colesterol “malo” (LDL).
2)
Que las estatinas previenen esa posibilidad porque bajan su nivel.
3)
Que ambas cosas están científicamente demostradas.
Bueno,
pues la realidad es que no es así. Ni todo el mundo en la comunidad científica
piensa que el colesterol tenga que ver con los accidentes cardiacos, ni todo el
mundo cree que las estatinas prevengan los accidentes cardiovasculares al
reducir el nivel de colesterol, ni todo el mundo está de acuerdo en que los
estudios a largo plazo avalan esas afirmaciones.
Y
como los razonamientos de quienes acusan al colesterol “malo” de tantos males y
defienden las estatinas son de sobra conocidos permítasenos que, a título
informativo, presentemos otros argumentos que suelen ocultarse para que cada
cual decida por sí mismo.
¿ES EL COLESTEROL “MALO” EL RESPONSABLE
DE LA APARICIÓN DE ACCIDENTES CARDIOVASCULARES? Hay quien piensa que no. Buena
prueba de ello es que un grupo amplio de científicos, médicos, académicos y
escritores sobre temas científicos y de salud de varios países se han reunido
para formar La Red Internacional de Escépticos del Colesterol (THINCS)http://www.thincs.org/index.htm y
poseen suficiente documentación como para tener entretenido a cualquiera
durante semanas.
“Como
la evidencia científica que avala la campaña anticolesterol es inexistente
-afirman en su presentación- consideramos importante detenerla lo antes
posible. Los miembros de este grupo representamos puntos de vista diferentes
sobre la causa de la aterosclerosis y la enfermedad cardiovascular, algunos de
ellos en conflicto con otros aunque eso es algo habitual en Ciencia.
Todos
compartimos en cambio el escepticismo de que el alto nivel de colesterol y la
grasa animal sean la causa de la aterosclerosis y de las enfermedades
cardiovasculares.
El
objetivo de esta web es por ello informar a nuestros colegas y al público de
que tal idea no se apoya en evidencia científica alguna; es más, gran número de
estudios científicos efectuados en los últimos años contradice eso
abiertamente” (la negrita es nuestra). Y en efecto, existen muchos trabajos que
reivindican el papel benéfico del colesterol.
Podríamos
citar a muchos investigadores pero Ron Rosedale, especialista internacional en
Nutrición y autor de El colesterol no es la causa de las enfermedades del
corazón, resume con claridad el punto de vista de la mayoría: “No hay ningún
tipo de vida en la Tierra -afirma- que pueda sobrevivir sin colesterol. Esto le
dirá automáticamente que, en sí mismo, el colesterol no puede ser malo.
De
hecho es uno de nuestros mejores amigos. Nosotros no estaríamos aquí sin él. Es
más, la excesiva reducción del nivel de colesterol aumenta el riesgo de morir.
No olvidemos que el colesterol es también precursor de todas las hormonas esteroideas.
El
organismo no puede sintetizar estrógenos, testosterona, cortisona y muchas
otras hormonas vitales sin colesterol”.
En
cuanto a la polémica colesterol bueno-colesterol malo agrega: “Como quiera que
la correlación entre el colesterol total y las enfermedades del corazón son
débiles se buscó hace ya muchos años alguna correlación más fuerte.
Se
afirmó así que hay un colesterol “bueno” llamado HDL y un colesterol “malo”, el
LDL. Representando el HDL a las lipoproteínas de alta-densidad y el LDL a las
de baja-densidad. Entiéndase pues que tanto el LDL como el HDL son
lipoproteínas, es decir, grasas combinadas con proteínas.
Hay
sólo un tipo de colesterol. No existe eso de un colesterol “bueno” y un
colesterol “malo”. El colesterol es sólo colesterol. Y se combina con otras
grasas y proteínas para ser conducido a través del torrente sanguíneo porque la
grasa y nuestra sangre acuosa no se mezclan demasiado bien”. “Su cuerpo
-subraya Rosedale sobre el papel clave del colesterol en la supervivencia de células
y tejidos- fabrica y conserva el colesterol precisamente porque es importante
-de hecho, vital- para la salud.
Una
de sus funciones es impedir que las membranas celulares se caigan a pedazos.
Como tal, podría considerarse pues al colesterol como el superpegamento de las
células. Es un elemento imprescindible en cualquier tipo de reparación celular.
Y
se sabe que las enfermedades coronarias asociadas con los ataques cardíacos
están causadas por daños en las paredes arteriales. Daño que causa inflamación.
Y se considera cada vez más que la enfermedad coronaria que provoca ataques
cardíacos está causada principalmente por una inflamación crónica”. Llegados a
este punto adelantamos ya dos ideas sobre las que volveremos más adelante: la
coincidencia de lo manifestado por Rosedale con lo que asevera el doctor Matías
Rath quien lleva años sosteniendo que el colesterol es un mecanismo de
reparación del daño sufrido por las paredes arteriales al agrietarse el
colágeno de su tejido conjuntivo por deficiencias nutricionales y la
constatación -cada vez más compartida- de que en el caso de accidentes
cardíacos el efecto positivo que se logra a veces con las estatinas se debe en
realidad a su capacidad antiinflamatoria y no a que reduzcan el nivel de
colesterol.
“Un
error que raramente se comete en ciencias puras como la Física -añade Roseadle-
parece cometerse con frecuencia en Medicina. Y es confundir la correlación con
la causa. Porque que haya una débil correlación entre el colesterol alto y los
ataques cardíacos no significa que el colesterol alto sea la causa del ataque
cardíaco.
Ciertamente
el pelo canoso está en correlación con el envejecimiento pero a nadie se le
ocurriría decir por eso que las canas son la causa del envejecimiento. Y al
igual que los tintes para ocultar las canas no nos hacen realmente más jóvenes
bajar el colesterol tampoco va a evitar un ataque cardíaco”.
Parece
corroborar esta afirmación uno de los estudios médicos más grandes realizado en
humanos entre 1972 y 1998, el Múltiple Risk Factor Intervention Trial (MRFIT)
-patrocinado por el National Heart, Lung, and Blood Institute (NHLBI) el
MRFIT-, movilizó 28 centros médicos y 250 investigadores costando 115 millones
de dólares. A partir de un grupo inicial de 361.662 varones los investigadores
seleccionaron a 12.866 participantes para el estudio y disminuyeron los
supuestos factores de riesgo en accidentes cardiovasculares: redujeron la grasa
a menos del 8%-10% de las calorías, la succión de colesterol dietético a menos
de 250-300, mg/día y el incremento de grasas poliinsaturadas al 10% de las
calorías; así como el tabaco y la presión sanguínea. Y no tuvieron éxito.
Los
niveles de colesterol bajaron -como los del resto- pero no tuvieron ninguna
incidencia en la prevención de los accidentes cardiovasculares. “Los resultados
globales -afirmaron los investigadores en sus conclusiones- no muestran un
efecto beneficioso de esta intervención multifactorial en las enfermedades
cardiovasculares o en la mortalidad total”.
Un
ensayo finlandés publicado en 1975 sí parecía apoyar la eficacia preventiva de
disminuir el colesterol tras seguir a los pacientes durante cinco años pero en
diciembre del 1991 se analizaron los resultados a los 10 años y se constató que
quienes continuaron cuidadosamente la dieta para rebajar el nivel de colesterol
tenían el doble de posibilidades de morir por una dolencia cardiovascular.
El
profesor Michael Oliver escribiría sobre ello en el British Medical Journal lo
siguiente: “Como la intervención múltiple contra los factores de riesgo de
enfermedades cardiovasculares en hombres de mediana edad con un riesgo sólo
moderado ha fallado a la hora de reducir la morbilidad y la mortalidad tal
intervención difícilmente se justifica.
Esta
conclusión se opone a las recomendaciones de muchos cuerpos asesores nacionales
e internacionales que deben tener estos nuevos resultados en cuenta. No hacerlo
sería éticamente inaceptable”. Añadiremos que el estudio más antiguo realizado
sobre las causas de las dolencias cardíacas comenzó en 1948 en Framingham
(Massachussets, EEUU).
Pues
bien, poco antes de la Navidad de 1997 JAMA, el periódico de la Asociación
Médica Americana, publicó un informe sobre el seguimiento realizado entonces
que demostró que la grasa saturada reducía los infartos cerebrales.
Preocupados
ante la aparente contradicción se les planteó a los investigadores si no sería
que los sujetos de la investigación habían muerto antes por accidentes
cardíacos y por eso el número de infartos cerebrales era menor a lo que éstos
contestaron: “Tal hipótesis sería válida si hubiera una asociación nítida y
directa entre la ingesta de grasas y las enfermedades del corazón.
Y
dado que nosotros no encontramos tal asociación utilizar la mortalidad por
enfermedades del corazón es una explicación muy improbable para justificar
nuestros resultados”. En pocas palabras: tras 49 años de investigación no se
encontró relación alguna entre una dieta rica en grasas y las enfermedades del
corazón. Y por si fuera poco, en el Medical World News del 27 de marzo de 1992
se publicó otro estudio según el cual entre los adultos estudiados tras sufrir
un ataque cardíaco mortal había tantas personas con un colesterol por encima de
300 como por debajo de 200.
Y
en el nº 149 de la revista Atherosclerosis se afirmaría que más de la mitad de
los pacientes admitidos en los hospitales con un ataque cardíaco presentaban
unos índices normales de colesterol.
EL
MARKETING FARMACÉUTICO SEPULTA LOS DATOS Walter Harternbach, en su libro La
mentira del colesterol, revisa otros datos generalmente ignorados de los que
extrae cinco ejemplos:
1)
En el estudio Simvastatin (4-SStudie) -en el que fueron controladas 4.444
personas- se constató que “un nivel elevado de colesterol no tiene influencia
alguna en el desarrollo de la arteriosclerosis o de los infartos de miocardio.
Carece de sentido pues tratar de reducir el colesterol y de ahí que no esté indicado”.
2)
El estudio Multifactorial Finlandés -que examinó los niveles de colesterol de
2.000 personas- demostró que entre quienes fueron tratados con fármacos
anticolesterolemiantes hubo el triple de infartos y un tercio más de muertes
que entre quienes no los tomaron.
3)
En el estudio sobre el corazón Helsinki I (1987) realizado sobre 700 personas,
al rebajar los índices de colesterol se registró un 40% más de efectos
secundarios fatales que los observados en el grupo de control; y en el estudio
Helsinki II (1993), realizado seis años más tarde, ese aumento llegó hasta el
50%. Es significativo también el aumento de casos de fallecimiento por cáncer
al disminuir los niveles de colesterol: en el estudio Helsinki II alcanzó un
valor del 43%.
4)
En el estudio Framingham ya citado, al rebajar los niveles de colesterol se
registró un notable incremento de los casos de fallecimiento por cáncer. En más
de una investigación -como luego apuntaremos- se ha registrado tan notable
“coincidencia”: el riesgo de cáncer y de infarto de miocardio parece aumentar a
consecuencia de la ingesta de los medicamentos destinados a rebajar los niveles
de colesterol.
Tras
examinar los datos existentes sobre la relación ataques cardíacos-colesterol
Harternbach formula tres conclusiones básicas: “
1)
El colesterol no tiene ninguna influencia en el desarrollo de la
arteriosclerosis o el infarto de miocardio.
2)
Los valores altos del nivel de colesterol están asociados a una alta esperanza
de vida y a una menor frecuencia de los casos de cáncer.
3)
La disminución del nivel de colesterol está asociada a numerosos fallecimientos
y a una elevada incidencia en la aparición de cáncer”.
Cabe
añadir que a los ejemplos señalados por Harternbach se pueden añadir otros. En
la misma dirección apunta por ejemplo otro informe titulado Necesidad de
cambiar la dirección de la medicación relacionada con el colesterol.
Un
problema de gran urgencia dirigido por Yakugaku Zasshi y publicado en el
Journal Pharmaceutical Society de Japón- pues en él se afirma que “el nivel de
colesterol total alto no se asocia con una alta mortalidad coronaria en
poblaciones de más de 40-50 años de edad.
Más
importante aún: los valores de colesterol totales más altos se asocian a
menores proporciones de cáncer y de todo tipo de mortalidad en estas
poblaciones”. Y aunque a algunos les cueste creerlo hay un largo etcétera de
estudios parecidos.
A
PESAR DE LO CUAL LOS NIVELES DE COLESTEROL CONSIDERADOS “ACEPTABLES” SIGUEN
BAJANDO El lector debería saber que, en el actual sistema médico-industrial,
para multiplicar el número de enfermos -y, por tanto, el número de ventas de un
medicamento- basta con reunir a un panel de “especialistas” y que éstos decidan
que la cifra de determinado factor -el colesterol, en este caso- debe ser como
máximo de la cantidad “X”.
Con
esa simple decisión millones de personas que hasta ese día y hora estaban
sanísimas pasan automáticamente a ser “enfermas” y, por ende, en potenciales
víctimas de un accidente cardíaco.
Y,
por supuesto, para que esa posibilidad no se produzca deben medicarse de
inmediato. Así se hizo con el colesterol y las estatinas. Y con muchos otros
fármacos. Un negocio redondo.
Basta
revisar algunas cifras para comprobarlo. En la década de los noventa del pasado
siglo XX estaban en tratamiento con estatinas trece millones de norteamericanos
según datos de los Institutos Nacionales de Salud de Estados Unidos.
En
el 2001, sin embargo, un panel de expertos decidió cambiar esas normas y el
número de consumidores de estatinas pasó así a ser de golpe de 36 millones. Y
en el 2004 otra nueva reunión permitió bajar de nuevo la cifra de colesterol
aceptable con lo que el número de estadounidenses que pasó a “beneficiarse” del
consumo de estatinas pasó a ser de 40 millones.
Pero
la corrupción acaba siempre -antes o después- saliendo a la luz. Y esa nueva
decisión de bajar la cifra aceptable de colesterol fue ya denunciaba
abiertamente por el prestigioso diario USA Today el 16 de octubre del 2004 con
estas palabras referidas a quienes la tomaron: “Dirigían influyentes grupos
médicos, fueron protagonistas en prestigiosos congresos, publicaban trabajos en
las principales revistas y eran gigantes indiscutibles en su campo.
Pero
cuando hace poco esos médicos asesoraron al Gobierno sobre las nuevas
recomendaciones para el público con respecto al colesterol hubo algo más que
todos ellos tenían en común y que no se dio a conocer: ocho de los nueve
cobraban dinero de las propias compañías cuyos productos para reducir el
colesterol recomendaban a millones de estadounidenses.
Dos
eran accionistas de ellas. Otros dos comenzaron a trabajar para laboratorios
poco después de hacer las recomendaciones. Otro era un científico ‘senior’ del
Gobierno que también ofrece sus servicios a diez compañías e incluso pertenece
a uno de sus directorios.
Con
lo que ahora los grupos de consumidores -y otros- no sólo cuestionan las
sugerencias de esos médicos sino también su capacidad para trabajar en pos de
los intereses del público. Y esto pasa mientras algunas de esas compañías
presionan al Gobierno para que permita que los fármacos que son objeto de esta
controversia -estatinas como Lipitor y Zocor- sean de venta libre.
Obviamente
hay médicos prestigiosos, vinculados a los laboratorios fabricantes de
estatinas, que apoyan esa aprobación”. En este caso la situación más
impresentable era la del doctor H. Bryan Brewer -Jefe de la División de
Enfermedades Moleculares del National Heart, Lung and Blood Institute- que
llegó a recibir 200.000 dólares de intereses privados externos mientras ocupaba
su puesto en un organismo público como el NIH estatal.
¿Puede
alguien mantener en serio que tales expertos emiten juicios independientes ante
estos datos? “Los conflictos de intereses son cada vez más habituales ahora que
dos tercios de las investigaciones médicas en las universidades son financiadas
por la industria privada -añadía el reportaje del USA Today-. Veinte años atrás
esta cifra sólo alcanzaba un tercio.
‘El
gobierno no está produciendo medicamentos. Todos los grandes ensayos de
estatinas han sido financiados por las compañías’, dijo el Dr. Scott Grundy,
cardiólogo del University of Texas Southwestern Medical Center que encabezó el
panel sobre colesterol.El Gobierno tiene sus propios problemas.
Hace
una década se derogó la prohibición de realizar asesoramiento privado a los
empleados públicos y en los últimos años hemos asistido a un escándalo tras
otro por científicos federales que aceptaron dinero de compañías directamente
afectadas por sus decisiones”.
No
es de extrañar pues que más de 30 médicos, investigadores en materia de sanidad
y científicos pusieran su firma en una contundente carta dirigida al Director
de los Institutos Nacionales de la Salud en la que afirmaban “que las
directrices, con sus recomendaciones para terapias farmacológicas, no están
justificadas por argumentos de peso científico” (el subrayado es nuestro).
Pero
una vez puesta la maquinaria en marcha no hay quien la detenga. Con los niveles
de colesterol “aceptables” a mínimos absurdos -¡qué importa lo que digan los
investigadores independientes!- nadie puede impedir ya que los más de 3.000
millones de dólares anuales que sólo en publicidad directa de fármacos y
enfermedades se gastan las farmacéuticas en Estados Unidos alcancen su
objetivo: hacer creer a gente sana que está enferma.
Una
estrategia que se apoya también -entre otras cosas- en las ayudas que la
industria da a las “asociaciones de pacientes” para controlarlas, en el dinero
que invierten en las interesadas separatas especiales de las publicaciones
científicas y en los millones de dólares que invierten en empresas de
relaciones públicas para que éstas contacten en todo el mundo con periodistas
-en general acríticos y pésimamente formados en este ámbito- así como con todo
aquel que tenga cierto poder de decisión.
Sin
olvidar, por supuesto, a los visitadores médicos y a los propios médicos,
invitados una y otra vez a “congresos” a los que no sólo acuden gratuitamente
sino que a veces incluso son pagados sólo por asistir y a los que se hacen todo
tipo de “regalos”. Dinero sobra. Incluso para pagar a gente que se dedica sólo
a desprestigiar toda voz discrepante independiente.
Y
al final, como una mancha de aceite, la idea acaba imponiéndose en las
consultas de los médicos que en cuatro minutos atienden a sus pacientes y tras
echar un vistazo a los análisis prescriben de inmediato a muchos de ellos
cualquiera de las muchas estatinas que ya se comercializan para reducir “ese
nivel de colesterol tan alto que tienen”.
La
mentira completa así el círculo y los pacientes, engañados, se medican sin
necesidad. EL RIESGO-BENEFICIO DE LAS ESTATINAS Ray Moynihan, periodista
especializado en temas de salud y en las técnicas de marketing de la industria
para vender fármacos y enfermedades, resume así en su libro Medicamentos que
nos enferman e industrias farmacéuticas que nos convierten en pacientes la
controversia sobre el uso de las estatinas: “En definitiva, para muchos otros
hombres (aquellos que no han padecido ningún accidente cardiovascular) y
mujeres sanas no existen pruebas de peso que demuestren que estos fármacos
puedan contribuir significativamente a prevenir una muerte prematura. (…) El
uso del miedo para comercializar las estatinas ha escandalizado a los
científicos independientes, consumidores y médicos en todo el mundo.
La
preocupación es por partida doble.
En
primer lugar, para la mayoría de las personas a quien va dirigido este
marketing masivo no hay pruebas fidedignas que acrediten que las estatinas
reduzcan las posibilidades de morir prematuramente.
En
segundo lugar, y más relevante, el foco promocional sobre el colesterol desvía
la atención de otros métodos más eficaces y eficientes para prolongar y mejorar
la vida”.
La
verdad es que los trabajos que apuntan que el tratamiento preventivo con
estatinas por su acción sobre el colesterol podría evitar la muerte por
accidente cardiovascular son escasos y nada concluyentes. De hecho
investigadores de la Universidad de la Columbia Británica (Canadá) elaboraron
un meta-análisis reuniendo datos de cinco ensayos independientes de gran
envergadura concluyendo que las estatinas reducen los infartos y los ictus en
un porcentaje ínfimo: un 1,4%.
Porque
eso significa que de 71 pacientes hipercolesterolémicos tratados
preventivamente con estatinas durante cinco años se prevendría ese problema ¡en
un sólo caso! Y algo más significativo aún: la tasa de efectos secundarios era
del 1,8% superando la capacidad preventiva.
Mike Adams, periodista también
especializado en temas de salud, publicó en julio del 2004 un artículo titulado
Alerta sobre un fraude médico: las estatinas que reducen el colesterol no
salvan ninguna vida (puede leerlo enhttp://www.newstarget.com/z001268.html en el que
señalaba: “Una revisión crítica de trece ensayos clínicos publicada en JAMA -el
periódico de la Asociación Médica Americana- revela algunos hechos
sorprendentes sobre las estatinas:
1)
Las estatinas no han salvado una sola vida.
2)
A nivel preventivo las estatinas son absolutamente inútiles.
3)
Las estatinas no reducen el riesgo de muerte ni siquiera en los casos de
personas con el colesterol alto.
4)
No hay un solo estudio que demuestre que las estatinas alargan la vida de las
mujeres.” Dejamos claro de nuevo que muchos de los científicos, investigadores
y especialistas en salud que se muestran contrarios a la extensión de las
estatinas como medicamento preventivo no discuten su valor en el caso de
accidentes cardiovasculares, discuten que consigan mejorar el estado del
enfermo mediante la reducción del colesterol.
De
hecho este mismo año se ha publicado en Annals of Internal Medicine un estudio
en el que se afirma que las estatinas y los betabloqueantes usados para reducir
la presión sanguínea reducen el índice de ataques cardíacos. Realizado por el
Kaiser Permanente Health Insurance y científicos de Stanford y de la
Universidad de California el estudio indica que el efecto beneficioso de las
estatinas se debe a que disminuye la inflamación de las arterias.
Cuestión
distinta es si la acción de las estatinas sobre el colesterol es beneficiosa y
si los riesgos que afrontan los pacientes que las toman durante mucho tiempo de
forma preventiva se justifican. Porque debe saberse que para bajar el nivel de
colesterol las estatinas actúan bloqueando una enzima denominada HMG-CoA
reductasa que controla la formación de colesterol en el organismo.
El
problema es que esa enzima es necesaria para la producción de la coenzima Q-10
que juega un papel muy importante en la producción de Adenosín Trifosfato o
ATP, es decir, la molécula que interviene en todas las transacciones de energía
que se llevan a cabo en las células.
Se
trata pues de una coenzima que está presente en cada una de las células de
nuestro cuerpo pero que se concentra especialmente en las más activas que son
las del corazón siendo por tanto indispensable para su correcto funcionamiento.
Por
lo que usar estatinas para “prevenir” ataques cardíacos alegando que bajan el
nivel de colesterol es una incongruencia ya que pueden terminar provocándolos
si genera un déficit de Q-10. Y lo que sí está demostrada es la relación entre
una carencia de esa coenzima y el deterioro de la función del miocardio, las
disfunciones hepáticas y las miopatías, incluidas la cardiomiopatía y el fallo
cardiaco congestivo.
El
doctor Peter H. Langsjoen, especialista en el ámbito de la seguridad de las
estatinas, revelaba en uno de sus trabajos -Cardiomiopatía inducida por las
estatinas- que tras 17 años de experiencia con ellas había observado un
incremento dramático de los fallos cardíacos como efecto secundario de su
ingesta.
Una
circunstancia, debemos suponer, que era perfectamente conocida por las
compañías farmacéuticas ya que en los años 1989 y 1990 la Merck patentó el uso
de la coenzima Q-10 en combinación con las estatinas para prevenir y tratar
estas complicaciones (Brown MS. Coenzyme Q-10 with HMG-CoA reductase
inhibitors. United States Patent, 4, 933,165. Jun,12,1990). Y en la patente de
Merck se puede leer con toda claridad: “(…) since coenzyme Q-10 (…) is of
benefit in congestive Heart Failure, the combination with HMG-CoA reductase
inhibitors(statins) should be of value in such patients who also have added risk
of high colesterol”.
Es
decir, “(…) dado que la coenzima Q-10 (…) ofrece beneficios en los casos de
fallos cardiacos congestivos la combinación de esta sustancia con los
inhibidores de HMG-CoA reductasa (estatinas) sería importante en aquellos
pacientes con el riesgo añadido de tener el colesterol alto”.
A
pesar de lo cual, que se sepa, la empresa jamás mostró especial interés en
trasladar a pacientes y médicos la importancia de suplementar con coenzima Q-10
la prescripción de estatinas.
Los
daños musculares -y no olvidemos que el corazón es un músculo- provocados por
las estatinas como efectos secundarios son los más conocidos desde hace tiempo.
Ya en agosto del 2001 Bayer se vio forzada a retirar del mercado Baycol
(cerivastatin) después de que se relacionaran con ese medicamento al menos 52
muertes.
Y
varios de los pacientes que tomaron Baycol para reducir su nivel de colesterol
fueron diagnosticados con un padecimiento conocido como rabdomiolisis,
enfermedad de las fibras musculares que se descomponen liberando sus restos en
la circulación y causando necrosis tubular aguda, insuficiencia renal y, en
algunos casos, la muerte.
Y
no son sólo los daños musculares o hepáticos. Aún hay más. Duane Graveline
-conocido popularmente en Estados Unidos como “Doc” Graveline- ha sido
especialista en Medicina Aeroespacial, astronauta, cirujano de vuelo y médico
de familia durante más de 20 años.
Pues
bien, tras un episodio de amnesia sufrido como efecto secundario de la ingesta
de la estatina Lipitor -recetado para controlar su colesterol “no demasiado
alto”- decidió investigar en profundidad sobre el riesgo-beneficio de las
estatinas.
Y fruto de ese trabajo fue la página
web http://www.spacedoc.net/ y el libro Statin Drugs – Side
Effects en cuyo prólogo puede leerse. “Si consume usted Vytorin, Lipitor,
Zocor, Crestor, Mevacor, Pravachol o Lescol debería leer este libro.
La
mayoría de los efectos secundarios de las estatinas son desconocidos por sus
ocupados doctores. Aunque ya conocen los problemas que pueden causar en los
músculos y en el hígado pocos han oído hablar de la amnesia y otras formas de
trastorno de memoria; y menos todavía de la hostilidad, agresividad y depresión
profunda relacionadas con las estatinas.
Pero
más ominoso aún es el trabajo de Muldoon que señala que con pruebas
suficientemente sensibles se demuestra que el 100% de los consumidores de
estatinas padece un déficit cognoscitivo.
El
inaceptable legado actual del uso de estatinas en altas dosis es un sendero de
dolores crónicos, entumecimiento, debilidad, confusión, fatiga, respiración
agitada y deficiencia cardiaca en millares de víctimas confiadas.
Muchos
médicos se han vuelto víctimas del uso de las estatinas y, como el autor, ahora
sospechan que el mensaje de los persuasivos representantes de las farmacéuticas
puede no haber sido nunca verdad”.
En una entrevista que le hizo el doctor
Jay S. Cohen a Graveline -léala en http://www.MedicationSense.com éste apuntaba además en
una dirección que puede resultar sorprendente, aterradora, pero en algunos
casos también esperanzadora.
“Los
médicos, como sus pacientes -contestaba Graveline a una de las preguntas-,
ignoran por completo el problema de los efectos secundarios cognitivos de las
estatinas. Una y otra vez aseguran y tranquilizan a sus pacientes preocupados y
les dicen que sus lapsos de memoria son ‘los esperados para su edad’, quizás un
‘toque de senilidad’ o incluso ‘Alzheimer temprano’.
Y
ahora, tras más de diez años de prescribir estatinas y tranquilizar a los
pacientes sobre su seguridad, lo último que un médico quiere oír es que ha
estado equivocado durante tanto tiempo”. La pregunta es obvia: ¿tiene usted
problemas cognitivos y ha estado tomando durante años estatinas para controlar
el colesterol? Porque si es así quizás ni su médico ni usted hayan asociado
hasta ahora ese problema con las estatinas pero resulta que ¡podrían ser la
causa! Si, tal y como sostiene Graveline, algunos de los problemas cognitivos
hoy diagnosticados como irrecuperables fueran el producto de la ingesta
prolongada de estatinas la solución preventiva estaría precisamente en no
tomarlos.
No estaría pues de más que los médicos
que atienden a este tipo de pacientes se ocuparan de saber si los mismos
tomaron estatinas y durante cuánto tiempo. Sería un buen comienzo. En julio del
2003 la revista Pharmacotherapy publicaba La pérdida de memoria
asociada a las estatinas: análisis de 60 informes de casos y
revisión de la literatura.
El
artículo examinó 60 casos de deterioros cognoscitivos asociados a las estatinas
y recogidos del propio sistema de vigilancia Medwatch de la FDA.
Bueno,
pues según las conclusiones esos deterioros estaban relacionados con las dosis:
a más fuerte el medicamento y la dosis, mayor el riesgo. Avalando así las
conclusiones alcanzadas por Graveline. Otro dato bastante ignorado es que los
estudios sobre la eficacia de las estatinas suelen ser bastante sesgados. De
hecho en más del 80% de los casos se realizaron con hombres y no con mujeres.
Y
raramente se han tenido en cuenta que quienes las toman suelen padecer otras
patologías. Precisamente al considerar que los pacientes con patologías
subyacentes podrían experimentar serios efectos secundarios el Ministerio de
Salud de Canadá obligó el pasado año a los fabricantes de medicamentos -entre
ellos los de Lipitor (atorvastatin), Zocor (simvastatin), Mevacor (lovastatin),
Lescol y Lescol XL (fluvastatin), Pravachol (pravastatin) y Crestor
(rosuvastatin) a que cambiaran la información sobre la seguridad de sus
productos y remarcaran el potencial de daño muscular en pacientes que consumen
alcohol, toman otros medicamentos, padecen problemas renales o hepáticos, son
diabéticos, hacen excesivo ejercicio físico, están embarazadas (parece que
podría causar malformaciones en el feto), padecen de tiroides, han sufrido
daños musculares o en los tejidos (cirugía)… y algunas otras patologías más.
RESPUESTA
INFLAMATORIA En suma, ha llegado el momento de comenzar a contemplar el papel
del colesterol y de todo el arsenal de medicamentos desarrollados en su contra
de otra manera. ¿O cuando suena la alarma en su casa la apaga usted en lugar de
comprobar por qué suena? “Cuando el daño en las paredes arteriales se produce y
la inflamación comienza -escribe Ron Rosedale en su libro El Colesterol no es
la causa de las enfermedades del corazón- se liberan mediadores químicos para
que el daño pueda repararse.
El
hígado se pone en marcha para reciclar o fabricar colesterol dado que ninguna
célula, humana o de cualquier otro tipo, puede hacerse sin él.
En
este caso el colesterol está siendo elaborado y distribuido en su torrente
sanguíneo para ayudar a reparar el tejido dañado y, de hecho, para mantenerlo
vivo. Si el daño es excesivo es necesario distribuir colesterol extra a través
del torrente sanguíneo.
No
parece muy inteligente pues reducir simplemente el colesterol y olvidarse de
por qué está allí. Mucho más inteligente parece reducir la necesidad extra de
colesterol, el daño excesivo que está teniendo lugar, la razón para la
inflamación crónica”.
Y
formulado así el problema no falta quien ha formulado también la solución desde
los mismos planteamientos. “El colesterol, los triglicéridos, las lipoproteínas
de alta y baja densidad (HDL y LDL) y demás productos metabólicos -escribe
Matías Rath en su libro Por qué los animales no sufren infartos y los hombres
sí- son recursos reparadores por excelencia y su nivel en la sangre se
incrementa como consecuencia del debilitamiento de las paredes arteriales.
Si
las paredes de los vasos sufren un debilitamiento crónico la demanda de
reparación se hará cada vez mayor y la velocidad con que el hígado produce esas
moléculas irá en aumento.
Debido
pues a ese aumento de la producción de colesterol y otros factores de
reparación en el hígado el nivel de tales moléculas en la corriente sanguínea
crece convirtiéndolas al cabo de cierto tiempo en factores de riesgo de
enfermedades cardiovasculares.
En
resumen, la medida más importante para reducir el nivel de colesterol y otros
factores de riesgo secundarios consiste en fortalecer las paredes arteriales
reduciendo la demanda metabólica de un aumento de la producción de estos
factores por el hígado. (…) Y los únicos dos factores que pueden influir en la
salud cardiovascular son la dieta y, sobre todo, un aporte de nutrientes esenciales
concretos que regulen el metabolismo celular”.
Este
planteamiento de Rath podría incluso explicar los sorprendentes datos de
algunos estudios citados anteriormente en los que la existencia de altos
niveles de colesterol se relaciona con menos casos de cáncer. Todo apunta a que
el colesterol, al proteger las paredes de los vasos, impediría la migración de
las células tumorales a través de ellos, una de las hipótesis de explicación de
las metástasis.
Por ello da tanta importancia Rath a la vitamina C y a
dos aminoácidos como la lisina y la prolina pues, junto a otros nutrientes,
actúan como protectores del colágeno del tejido conjuntivo en las paredes de
los vasos y arterias protegiendo así de las dolencias cardiovasculares (vea lo
ya publicado al respecto en el nº 64 de la revista al hablar sobre la Medicina
Celular en la sección de Reportajes de nuestra web). Confiamos en que a partir
de ahora empiece usted a mirar el colesterol con otros ojos.